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No fue una isla

Por Inés Strizzi

Roza el mito la configuración de un relato sobre la época del terrorismo de Estado con el que muchas pampeanas y pampeanos hemos crecido. Como mantras, cargadas a veces de desinformación y otras simplemente perversas, escuchamos como respuestas a nuestras preguntas: "Acá no pasó nada".

En los pueblos del interior de la provincia se reprodujo un patrón de comportamiento condicionado por la presencia asfixiante de la Iglesia Católica, que ha colaborado a construir un imaginario colectivo del buen cristiano: el silencio es salud, el bien y el mal, el no te metas.

Como si relataran el argumento de una película de cine serie B, los chismes resumen "en este pueblo tiraron y quemaron los archivos de la municipalidad y de la comisaría para hacer lugar", "ese chico iba conmigo a la escuela primaria", "desde el patio veíamos pasar el tren cargado de soldaditos que iban para Malvinas".

Hoy sabemos otras cosas, por ejemplo que La Pampa no fue una isla. La dictadura operó en doce centros clandestinos de detención y desapareció a 71 personas. Catorce militares y policías fueron llevados a juicio por privación ilegal de la libertad y tormentos contra más de 300 mujeres y hombres entre 1975 y 1982. Trece fueron condenados, uno fue absuelto.

***

Un pueblo mínimo de 300 habitantes a la vera de las vías del tren en el norte de La Pampa. Entre viento y viento, los pájaros y gallos hacían lo suyo como cada día, los ladridos agudos de perros se entremezclaban con noticias que afloraban de las radios en el almacén de ramos generales y en algunos hogares. La intimidad del instante previo al primer sonido del universo.

Griselda Franzini había visto por televisión al candidato presidencial Raúl Alfonsín hablando sobre libertad, justicia social y democracia. Un discurso recostado sobre las bases del radicalismo en su fundación a fines de siglo XIX. Algo de todo eso la sorprendía, pero no sabía bien qué. Su familia era radical porque mucho tiempo antes un médico iba casa por casa convirtiendo a la gente en antiperonista, casi como un acto de magia.

El 30 de octubre, día de las elecciones, Griselda dejó a sus dos hijas al cuidado de su madre y fue hasta la escuela en busca de noticias sobre los resultados. Allí encontró a Carmen, una compañera de trabajo, junto a su marido. La imagen la impactó. El matrimonio, salteño, peronista, agarrado del portón de la escuela gritando entre lágrimas "¡Ganamos, ganamos!". En La Pampa había ganado mayormente el peronismo, pero la radio decía que Alfonsín venía arrasando en todo el país. Y así fue.

En el pueblo se armó una pequeña caravana para festejar. Griselda se sumó con su amiga Mimi.

-Teníamos 23 y 25 años, dos criaturas sin ejercicio de democracia. Salimos eufóricas a tocar bocina, pero al volver recuerdo que la familia de Mimi se enojó mucho y la retó. Eran peronistas, y en los pueblos se juzgan mucho esos actos.

Griselda vivía en una hondonada solitaria, como el significado del nombre del pueblo. Y silenciosa. Pero entonces se asomó a un mundo nuevo.

-Vivíamos en un mundo que ni siquiera sabíamos que estaba prohibido. Yo estudiaba en el colegio de monjas de Villa Huidobro para ser maestra, y una de las docentes nos contaba lo que sucedía en las ciudades como Córdoba: policías llevaban gente a la fuerza en las calles, represión, operativos de control, domicilios violentados. No tomábamos dimensión, no entendíamos de qué nos hablaba.

El 10 de diciembre no hubo festejos en Quetrequén. Solo un acto protocolar para la llegada de las nuevas autoridades. Griselda vio por televisión la asunción de Alfonsín. Le fascinaba su discurso, porque citaba la Constitución Nacional de una manera muy diferente al manual Kapelusz, lo poco que conocía.

-Disfruté mucho de esa época. A partir de ahí, para mí el mundo cambió muy rápido. En Rancul, un pueblo vecino, había una especie de bazar, Ramón Perez y su mujer eran los dueños. Traían discos y cassettes, recomendaban música. Siempre charlábamos. Ahí conocí a Los Olimareños, Mercedes Sosa, Larralde. Me abrieron la cabeza. En Realicó, otro pueblo cercano, tenía encargada la revista Humor, donde leía "desaparecidos" y no entendía. De esa manera, fui enterándome del horror. Por eso, para mí el 10 de diciembre fue la consolidación del comienzo de un cambio. Lo simbólico de la colocación de la banda presidencial como la apertura a un mundo nuevo, que aún hoy debemos defender. Fue una alegría total, y así debe continuar.

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-Soy víctima sobreviviente del terrorismo de Estado en La Pampa.

Desde Winifreda, un pueblo al noreste de la provincia, Raquel Barabaschi se trasladó a la ciudad de General Pico para estudiar en la Universidad Tecnológica Nacional. Junto a sus compañeras y compañeros crearon un centro de estudiantes, pero sus proyectos se volvieron imposibles. No por el destino ni el fluir de la vida, sino por el accionar violento de genocidas.

Raquel fue detenida dos veces bajo circunstancias cinematográficas. La primera en diciembre de 1975: una madrugada, policías rodearon la manzana en que se ubicaba la casa donde vivía junto a otras compañeras, soldados en los techos, tanquetas en las esquinas.

-Nos sacaron a los empujones, nos insultaron. Revolvieron todo, buscaban armas mientras preguntaban a qué célula guerrillera pertenecíamos. Venían vestidos de civil.

La trasladaron por un camino vecinal a la seccional policial primera de la ciudad de Santa Rosa. Tenía 19 años. Fue encerrada en una celda e interrogada a cara descubierta por el policía Carlos Reinhart. La dejaron en libertad dos días antes de un examen final que terminó aprobando. Fue la última vez por un largo tiempo, que sintió una gratificante sensación recorriendo su cuerpo.

La segunda detención fue en marzo de 1976: de regreso de su trabajo, la interceptaron camino a su casa para buscar documentos, volvieron a allanar el lugar y la trasladaron a la Unidad Carcelaria 4 de Santa Rosa. Fue encerrada en una oficina vacía y un silencio terrorífico interrumpido por gritos y música sacra a todo volumen. Una noche llegó su turno: con los ojos vendados, esposada, fue conducida escaleras arriba por la celadora. Le pegaron trompadas en el estómago, la desvistieron, la manosearon, le volvieron a pegar mientras la interrogaban. Introdujeron una picana eléctrica que sonaba como soldadora dentro su boca y en su ojo izquierdo, punzaron su estómago, sus pechos. Todo el cuerpo roto, irreconocible.

Meses después fue liberada bajo arresto domiciliario. Regresó a su pueblo sucia, hedionda, estuvo sin bañarse por más de 30 días. La gente la observaba adusta y se cruzaban de vereda. Llegó a la casa de su abuela, donde se encontraba su hermana menor. Antes del abrazo, Raquel abrió su camisa para ofrecerles el horror en su cuerpo. Una película muda.

No pudo retomar sus estudios, debía notificarse en la comisaría ante cualquier movimiento.

-Fueron años muy duros sin relacionarnos con compañeros, amigos, familiares. No conseguía trabajo. Mi certificado de antecedentes decía "detenida desde la fecha tal por violación a la Ley de Seguridad Nacional 20.840". Imaginate. Perdí mi carrera universitaria: cuando quise retomarla en el ‘83, ya no existía.

Durante 1982 obtuvo permiso para salir de su casa y aprovechó para participar de actos políticos junto a sus hermanas y hermanos. Recuerda cómo lloró al escuchar a Alfonsín en Santa Rosa. La sensación de acariciar la libertad plena estaba cerca. Era una fiesta.

Esa suerte de exilio interno finalizó el 10 de diciembre de 1983. A los cinco días se casó con Luis, su compañero de vida en esos años. Fue el primer casamiento consagrado en democracia por el juez de paz electo.

Hoy su vida está dedicada a la lucha por la verdad, la memoria y la justicia. Su participación como querellante en los tres juicios de la Subzona 14 que se llevaron a cabo en la ciudad de Santa Rosa fue clave para la condena de genocidas.

***

Al salir de la cárcel viví veinte años en Buenos Aires, que fueron suficientes. Para quienes nos criamos entre pueblo y campo, los viajes a la gran ciudad aprietan, no dejan respirar.

La Pampa, en cambio, significó para mí un reencuentro con la naturaleza de mi niñez y el amor de mi juventud. Santa Rosa es una ciudad con la escala urbana deseable. Si alguien creyó que el interior profundo es tedioso y aburrido o que no hay nada que hacer “no sabe lo que es La Pampa”, “el país de las calandrias”, cantó el Bardino (apodo de Julio Dominguez, poeta y músico pampeano).

Así comienza uno de los relatos que Marta Candia comparte en el libro web "Nosotras en Libertad". Una experiencia que contiene el testimonio de más de 200 ex presas de todas las regiones del país, breves relatos sobre lo que cada una hizo al salir de la cárcel, una trama colectiva que nació en momentos extremos y aún perdura.

Marta Candia estuvo detenida como presa política en Villa Devoto, Buenos Aires, durante los siete años que duró la dictadura. Recuperó la libertad en noviembre de 1982.

-El 10 de diciembre de 1983 estaba guardando reposo por mi primer embarazo y solo vi la asunción presidencial por la tele. Me impactó el discurso de Alfonsín -cuenta Marta.

¿Cómo será vivir en democracia? ¿Veré crecer a mi hija?, se preguntaba entonces. ¿Cómo imaginar un porvenir sin dolor y sin muerte con atrocidades tan recientes?

-El regreso de la democracia fue respirar aire de primavera. Quién sabe cuánto duraría, pero de a poco nos fue envolviendo. Era feliz de estar viva, acongojada porque cien de mis compañeros y amigos de la facultad de arquitectura de La Plata estaban desaparecidos o muertos. Me parecía que iba a encontrarlos en la calle.

El 15 de diciembre de 1983, el presidente Raúl Alfonsin creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) para investigar los crímenes vinculados a la desaparición de personas durante la dictadura. Marta participó de la CONADEP como periodista.

-No iba a ser fácil esta democracia, había que construirla. Formas de convivencia y búsqueda de soluciones a tantos conflictos que se sucedieron durante estos 40 años -dice ahora Marta, que continúa la búsqueda de personas nacidas en centros clandestinos de detención, mientras otras rearman su identidad arrebatada en salas de tortura. Hoy se desarrollan todavía juicios a genocidas en las principales ciudades del país, aunque no siempre ocupan las primeras planas ni los portales de medios lo que indica el trauma social, la dimensión de la tragedia vivida.

-Un trauma social que nos signa como una gran constelación familiar colectiva que las nuevas generaciones necesitan explicarse -dice.

Una gran constelación familiar, acaso un trabajo de reflexión que desteje mitos sin sentido para construir desde la justicia, y acercarnos a la sensación de volver a casa.

La Pampa no fue una isla. Desde la vorágine citadina o la tranquilidad rural, estas vivencias (que cobijan a tantas otras) también lo demuestran. Al fuego obliterador que quema memoria, ese fuego atizado tantas veces por la Iglesia Católica en nuestros pueblos, desde hace tiempo se lo combate a contrafuego. Porque estas voces incendian el silencio de la llanura, como guardianas de la verdad.

OPINIÓN | LA PAMPA ESCUCHAR PODCAST LEER CRÓNICA

A 40 años de la recuperación democrática

Por Norma Durango, ex vice gobernadora de La Pampa y ex senadora nacional, peronista, militante feminista.

Es difícil mensurar y más difícil describir en pocas líneas todo lo que significó y significa aquella recuperación democrática y esta actualidad que nos permite con nuestra participación y nuestro voto, afianzarla y defenderla, porque la democracia es la mejor forma de gobierno. Las y los argentinos lo hemos aprendido, y las y los peronistas hemos sufrido la persecución y la muerte de nuestros compañeros en la larga lucha por la recuperación de la patria.

Me pidieron que haga un resumen de lo vivido en 40 años de democracia, y siento que he transitado como los pampeanos y argentinos, una vida intensa que es difícil de sintetizar. Igualmente lo intentaré.

En mi juventud fui militante universitaria y cuando llegó la democracia ocupé el cargo de Subsecretaria de Cultura, luego fui elegida Vicegobernadora y Presidenta de la Cámara de Diputados, en dos períodos. Más tarde fui directora del Museo Evita de Buenos Aires, nuevamente Vicegobernadora de mi provincia y Senadora Nacional.

Tengo dos hijos y tres nietos. Esto lo apunto porque quiero valorar la historia de las mujeres que trabajamos en política y no descuidamos nuestros hogares.

A nuestro alrededor la democracia se fue consolidando y con bajas y altas los argentinos la estamos transitado.

Desde el ‘83, La Pampa es una provincia ejemplar, sin déficit económico, con una salud y una educación públicas en todas las poblaciones y sobre todo con un nivel de convivencia ciudadana que impuso el primer gobernador de la democracia recuperada, el Dr. Rubén Marín, que hizo de la persuasión y del diálogo con todos los sectores su método de trabajo, y que fue replicado por los gobernadores Néstor Ahuad, Carlos Verna, Oscar Jorge y Sergio Ziliotto.

Todos peronistas. Pampeanos que tomaron esa impronta y que defendieron y defienden a la provincia con criterio y mucha pasión.

¿Qué balance podemos hacer de estos 40 años de democracia en el país y en La Pampa? Creo que lo más importante es haber internalizado la defensa de la democracia. Somos una generación que aportó vidas y vivió, con temor, los primeros tiempos de recuperación democrática, pero al final de esos tiempos, los partidos políticos y la población en general defienden el estado democrático.

Esta democracia es un logro colectivo, que debemos valorar participando en la vida cívica y política de nuestra comunidad, debemos ser protagonistas y valorar que el voto es la voluntad de la ciudadanía, que nos define sobre el país que soñamos.

Militar es una forma de plantarse ante la vida y la sociedad. Las políticas públicas de los gobiernos de estos 40 años han logrado derechos beneficiosos para la población.

La pandemia, la situación en general del mundo, nuestra deuda externa, la sequía, en los últimos años ha hecho que nuestra economía no sea lo que aspiramos, y el nivel de pobreza en los últimos tiempos no ha traído bienestar al pueblo argentino.

La inflación es un monstruo que invisibiliza todos los logros alcanzados por las dificultades que atraviesan los hogares argentinos, y la profunda inequidad y el poco federalismo que vivimos históricamente.

Debo recalcar que, si bien la pobreza y la indigencia se centran en la alimentación, no debemos olvidarnos de la falta de viviendas y hábitat.

Mi provincia, La Pampa, es una provincia que ha construido desde el ‘83 numerosos barrios de viviendas sociales, de buena calidad en todas las ciudades y pueblos.

Tenemos un hospital modelo en Santa Rosa, y las ciudades y poblaciones más pequeñas también tienen el servicio gratuito.

La educación pública es única en La Pampa, y son muy pocas las escuelas privadas, casi todas confesionales.

Por eso, no debemos olvidarnos de los derechos adquiridos en todas las áreas.

Como feminista me centraré especialmente en los que corresponden a nuestro colectivo, y que en La Pampa se adhieren y se cumplen.

Las mujeres peronistas pampeanas tenemos historia, antecedentes y nombre propio, y hablamos de unidad respetando las divergencias.

Nuestra provincia siempre tuvo clara la defensa de las mujeres, siendo la primera provincia en dictar una ley de procreación responsable, cuando no existía en el país.

Decía que tuve el honor de ser la primera mujer vicegobernadora, cuando no existía la ley de paridad y allí me propuse centrarme en el tema de las mujeres que todos los días aparecían y aparecen muertas, violadas o golpeadas.

Trabajamos las rutas de la trata, visibilizando ese flagelo que también golpea a La Pampa y que la convirtió en una provincia de destino, cuando hasta hace una década era una provincia de paso.

Las mujeres en la Argentina tienen historia de lucha y las pampeanas y sus grupos de colectivos feministas, y disidencias son reconocidas por la sociedad. Somos un país con una normativa muy avanzada en perspectiva de género y eso nos pone muy orgullosas, aunque reconozco que se ha hecho mucho, todavía falta recorrer un largo camino.

Tuve la fortuna de ser autora o formar parte de la redacción y debate de leyes tales como Educación Sexual Integral; Identidad de Género; Interrupción Voluntaria del Embarazo; paridad de género en los cargos políticos; paridad de género en los medios de comunicación; cupo en los festivales artísticos; y así hemos pasado estos 40 años de democracia, con luchas, historias, logros y una deuda interna que nos preocupa y mucho.

La democracia argentina cumple 40 años ininterrumpidos por primera vez en su historia. Este no es un aniversario más, estas cuatro décadas nos encuentran con grandes desafíos, no son pocas las voces que fomentan la desestabilización, y el negacionismo está resurgiendo a partir de expresiones políticas, lo cual marca un inadmisible retroceso en materia de derechos humanos.

Hoy más que nunca debemos, a través de la participación política, defender la soberanía en todos los órdenes, porque la participación política es nuestra mejor herramienta para sostener la democracia y con ella la independencia económica, y las innumerables conquistas conseguidas con muchas luchas trans generacionales. Por eso reivindico la legislación conseguida en estos años, y me honra haber militado y aportado a esta normativa que nos distingue en el mundo.

Viva la democracia, defendámosla siempre. Se lo debemos a nuestros muertos, y se lo debemos a nuestros nietos y nietas.

Material extra Quiénes hicimos este trabajo

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