Compartí |

No olvidarás el niño que hicimos

Por Ludmila Cabana Crozza

Una tardecita de diciembre de 1983, Silvia Butvilofsky caminaba por una calle céntrica de Villa Regina de la mano de su padre cuando empezó a internarse en un acto político. Silvia miraba a su papá levantando la cabeza, tenía 9 años. En ese gesto por tratar de entender el mundo de los grandes también vio banderas blancas y rojas flameando. Pudo divisar personas, muchas, que llevaban boinas blancas con pompones rojos, todas cantando, todas exaltadas. Era la primera vez que Silvia veía algo así. Era la primera vez que su padre la sujetaba con firmeza entre asustado y emocionado. Ella junto a sus padres y hermanas se habían mudado a la ciudad rionegrina hacía apenas diez meses desde la provincia de Entre Ríos, a la que llegaban noticias de buenas ofertas laborales en el sur durante los ’70 y principios de los ‘80. La granja avícola que tenían no paraba de traer problemas familiares y económicos.

En un manotazo de casi ahogo, la familia Butvilofsky subió sus muebles y sus integrantes a una Ford 350 y se vino al sur, como le decían en el litoral a esta parte del territorio. Alquilaron una casa frente al Cine Ben Hur y la madre consiguió un cargo de maestra. Silvia no sabía en diciembre de 1983 que había pasado 7 de sus 9 años de vida en dictadura, no sabía que aquello que vio esa tarde noche en el centro de su nueva ciudad era una despedida o una bienvenida a algo. Sí supo que se trataba de una fiesta inaudita.

-Como un relámpago -dice.

Una mezcla de extrañamiento y cuidado: caminar entre una multitud desconocida de la mano de un padre. Tal vez eso sea una definición de Democracia hoy. Ese día, llegaba con la potencia y la delicadeza de un bebé, el período democrático que se sostiene hasta hoy. Desnudo pero rodeado de muchísima expectativa por su estar en el mundo, nacía el niño Democracia.

El 10 de diciembre de 1983 en Argentina fue la asunción de las nuevas autoridades a nivel nacional que habían sido elegidas por el voto popular el 30 de octubre.

“Hoy ha terminado la inmoralidad pública”, dijo el flamante presidente radical Raúl Alfonsín por transmisión televisiva. Luego la gente espontáneamente salió a festejar. La asunción del gobierno rionegrino con la victoria del también radical Osvaldo Álvarez Guerrero en la ciudad capital, Viedma, fue el día domingo 11 de diciembre. Río Negro, una de las provincias con menor densidad poblacional (tres habitantes por kilómetro cuadrado, una persona cada 33 manzanas) no definió ni definirá nunca ninguna elección nacional. La pequeña Silvia no sabía que empezaba una nueva etapa en la vida de todos los argentinos, no tenía chances de saber que 40 años más tarde su nombre sería asociado a encuentros de poetas chilenos y argentinos por organizar las Conversaciones de Otoño, entre otros eventos literarios.

“Vamos a hacer un gobierno decente”, dijo Alfonsín.

Los intendentes en las distintas localidades de Río Negro asumieron sus cargos el lunes 12 de diciembre de 1983. Se trató de un fin de semana agitado, de un nacimiento concebido en octubre. El 10 fue el parto, el 11 y 12 el recién nacido era controlado con buenos resultados, respiraba sin dificultad y empezaba a nutrirse.

***

Luego de escuchar el discurso de asunción del presidente Alfonsín, Liliana Campazzo con 24 años se subió al coche junto con su marido e hijos pequeños y se fue a la plaza del centro de Sierra Grande. En el camino, los chicos preguntaban qué era lo que estaba pasando. Ella les explicó que en octubre había votado por primera vez y que ahora toda la gente estaba festejando que ese voto se había hecho realidad. La agrupación Renovación y Cambio de la Unión Cívica Radical había ganado; la voluntad popular había sido escuchada y el que más votos había recibido asumió como presidente.

Frenaron el coche en la plaza frente a la iglesia y se juntaron con las demás personas que se veían felices. Golpeaban los postes de luz mientras gritaban Al-fon-sín, Al-fon-sín. Otros repetían las palabras del discurso de cierre de campaña. En la plaza había banderas rojas y blancas y también argentinas. Parecía que amanecía después de un período muy oscuro. Pasaban las camionetas de la empresa estatal Hierro Patagónico Sociedad Anónima Minera (HIPASAM) cargadas con gente en las cajas. Canal 9 de Bahía Blanca transmitió el discurso presidencial.

“Con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”, dijo Alfonsín. Esa frase permaneció muchos días en la puerta de la escuela 62 de Sierra Grande en un cartel inmenso.

Sierra Grande es una localidad rionegrina que funcionó durante muchos años al ritmo de HIPASAM, privatizada en 1992. Entre la gente y la empresa se entabló una relación de dependencia, porque en concreto, la empresa era el gobierno. Vivir allí significaba muchas cosas, como no pagar impuestos, porque las casas habían sido hechas para los trabajadores. Eso también llevaba a un sosiego, a una sensación de aburrimiento por tener todo controlado. Si alguien reclamaba algo en la empresa, las represalias no tardaban en sentirse. HIPASAM tenía un directorio conformado por coroneles, igual que la administración del lugar. El 12 de diciembre de 1983, asumió la presidencia del Concejo Deliberante un antiguo poblador, Belúz González, militante de la UCR que tuvo la feroz tarea de organizar lo que luego fue la intendencia. Sierra Grande no contaba ni siquiera con carta orgánica.

Unos 297 kilómetros separan a Sierra Grande de Viedma, la capital de la provincia. Eso para cualquier patagónico es muy cerca, sin embargo, en aquella época Viedma quedaba lejos de Sierra Grande, muy lejos. El diario Río Negro llegaba al pueblo al otro día, era el más rápido, los diarios La Nueva Provincia y Clarín tenían más demora. Todos se conseguían en la terminal de ómnibus. El diario Río Negro en aquellos días rezaba en cada una de sus páginas: Río Negro (en mayúsculas) El diario más antiguo y de mayor circulación de la Patagonia. El 12 de diciembre de 1983 el diario informó que una comisión de ex-empleados de la empresa HIPASAM viajaría a Viedma para reunirse con las nuevas autoridades y ratificar el apoyo a los 109 obreros y empleados sancionados, despedidos y encarcelados arbitrariamente durante la huelga de 1975.

Esa gran huelga de HIPASAM que reclamaba mejores condiciones laborales y aumentos salariales duró un mes y diez días. Empezó el 8 de octubre y terminó el 18 de noviembre cuando el V Cuerpo de Regimiento de Ejército junto a fuerzas de seguridad federales y provinciales concretó un operativo represivo con el objetivo de eliminar un supuesto foco subversivo. Las consecuencias del operativo perduran hasta hoy: 109 detenciones de empleados que fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) y distribuidos en cárceles de Viedma y Rawson; 590 despidos; 600 familias expulsadas del pueblo; organizaciones sindicales intervenidas y dos desapariciones forzadas: la de Julio César Galizzi y Ricardo del Río. El 14 de julio de 2023, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación se presentó como querellante en la causa que investiga aquella represión ilegal.

A 8 años de la huelga, la tarde del sábado 10 de diciembre del 83 en la plaza de Sierra Grande, sin saber cómo, de repente se empezó a cantar el himno. Estaban todos en la calle: los superintendentes, los gerentes, los empleados de comercio. Había una camioneta de Gas del Estado que tocaba una sirena fuertísima. Liliana Campazzo recuerda que veía una democracia que nacía activa, dice, nacía con unos piecitos de bebé, pero se sabía que iba a caminar.

-Había una convicción de que la democracia iba a caminar -vuelve a decir.

Bailaron con las canciones de Quilapayún, alguna de Viglietti, del cuarteto Zupay. Fue una fiesta de la ilusión: “El pueblo unido jamás será vencido”.

Históricamente el poblado estuvo dividido en dos o más sectores: las casas de la villa de HIPASAM y el pueblo; los obreros y trabajadores de la empresa, y los trabajadores del banco, docentes y gestores culturales. A pesar de esas jerarquías sociales y las características de organización militar que regían la empresa, sumados al aislamiento en el que se daba la vida, hubo fisuras: talleres literarios, obras de teatro, exposiciones. Aún en dictadura se podían hacer cosas en Sierra Grande que en grandes ciudades eran simplemente impensadas por peligrosas. ¿Qué podía pasar de malo en una biblioteca popular? pensarían los coroneles.

Campazzo sabía que lo que hacía en Sierra Grande era imposible y por eso se quedó. Había llegado al pueblo porque le habían reventado la casa de su abuela en Buenos Aires, notó que estaba en riesgo por militar en la Federación Juvenil Comunista y migró a la Patagonia, el lugar donde puso su mesa de escribir y ya en democracia usó para nombrar la distancia y el color de la distancia lejos de las grandes ciudades.

Mientras Liliana Campazzo conseguía en Sierra Grande un LP -como se llamaban a los discos antes- con poemas de Juan Gelman, y libros prohibidos como diccionarios de arte, literatura argentina y realidad política, en Bariloche la noche era espesa y larga. Cerca de la cordillera, la dictadura se hacía sentir. Graciela Cros quemó libros en la salamandra de su casa. Campazzo y Cros son poetas y amigas. Ambas sabían qué se podía y qué no. Viviendo en la misma provincia, una junto al mar gestaba hijos y mensajes como botellas a la marea. La otra junto a la montaña concentraba toda su energía en sobrevivir. A Campazzo le parece tan lejos la dictadura, todo lo mejor vino después. Y por suerte.

***

Graciela Cros en diciembre de 1983 tenía 38 años. Se estaba separando del padre de sus hijas. Se habían mudado las tres a un departamento en Moreno y Beschtedt, en el centro de la ciudad de Bariloche. No sabían que pronto bajarían del departamento a escuchar en un acto de campaña a la figura líder que encarnaba la salida de la dictadura. Melissa de 8 años y Camila de 5 fueron llevadas por su mamá al acto en que Raúl Alfonsín hablaría a pocas cuadras. Ambas habían participado con ella de toda manifestación cantando contra la dictadura, contra los militares. La hija más grande vio ese día por primera vez a personas contentas saludándose con el puño en alto y hablando fuerte.

Aquella tardecita era tal la cantidad de gente que no se distinguía la calle de la vereda; sobre Moreno estaba emplazado un escenario de lado a lado, donde habló Alfonsín. Las dos nenas no sabían lo que era vivir en democracia. Melissa se preguntaba ¿cuánto habrá sufrido esta gente para estar tan contenta ahora? ¿Qué les pasaba ahora? ¿Qué les habría pasado antes?

-No éramos dos o tres eufóricos, era todo el pueblo -dice Cros y recalca el tooo-do, lo empuja, casi lo deletrea estirando la primera o.

Graciela no tenía miedo, ese día ya no tenía miedo. Había estado escribiendo todos esos años de oscuridad, pero no había publicado porque sentía que tenía que esperar otro país para volver a hacerlo. En 1965 había salido su primer libro, y en 1985 Pares Partes, que incluye el poema Mambos tristes, escrito para su amiga María Bedoian, detenida desaparecida junto a su esposo Ignacio Ikonicoff el 12 de junio de 1977:

María
¿y tu pelo?
¿qué pasó con tu pelo escurridizo como ala?
¿y tus dientes?
¿no les mordiste nada con tus dientes tan grandes?

¿Cómo pudieron
cómo
con tan bello animal?
María
¿ellos amaban?
Ellos
¿tenían hijos?
¿sabían de tu hija?
Casi como un topo bajo el sol tenaz de la montaña
escribo torpemente.
A tropezones.
Con este dolor sordo sorda culpa miedo sordo sorda bala.

Con este dolor sordo sorda culpa miedo sordo sorda bala dice Cros en el poema y sentencia Hay caminos/ María / que sólo sirven para ir. / Nunca para el regreso.

Bariloche, una tranquilidad que no llegó, podría titularse este apartado. Una tarde de 1969 Graciela Cros, de 23 años, repartía la publicación que producía junto a otros amigos en la clandestinidad en Buenos Aires. El objetivo eran los kioscos del subterráneo. Lo prohibido circulaba en una revista de literatura y cine que hacían con otros amigos entre quienes estaba Norma Osnajanski, a quien detuvieron y demoraron esa tarde. Ese hecho implicó que todos revisaran los riesgos, y entonces Graciela se fue al sur, Norma a México. Durante muchos años Graciela desconoció si Norma estaba bien. A ella le escribe Edad de Oro, publicado en Pares Partes en 1985:

¿Decís Mixcoac Tacubaya Coyoacán Xochimilco San Ángel
como antes decías Parque Patricios Once Miserere
Independencia y Rioja, Urquiza y San Juan?

¿Alguna vez decís “desde esta muerte del exilio los recuerdo”?
¿Ella, mi Norma, dice “los recuerdo”?

Graciela Cros dice que la provincia de Río Negro fue un camino aparecido, un exilio igual que para Campazzo. Sin embargo en Bariloche, a diferencia de Sierra Grande, escribir se volvió un acto clandestino. Una mañana cualquiera, aún en dictadura, mientras estaba trabajando en la oficina cumpliendo tareas administrativas, una abogada local se le acercó y le indicó que su nombre junto con el de su ex marido aparecía en una lista de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). La abogada también señaló que podría perder ese trabajo y que una bomba podría estallar en la puerta de su casa. Después se retiró, caminando como si nada. Cros sintió pánico y terror pensando qué hacía con esa información; fue a hablar con su jefe y éste la tranquilizó, pero el daño estaba hecho. La amenaza fue oral y también escrita, un tiempo después circuló una lista en la ciudad de Bariloche en la que figuraban su nombre y el de su ex esposo de quienes decían que fingían ser escritores, pero en realidad eran agentes terroristas.

Ese 10 de diciembre de 1983 en Bariloche, Graciela tenía confianza, sentía algo nuevo después de tanta muerte y tanto dolor, era una confianza general, firme, pero también una ventana, no un lanzarse a ciegas.

El niño Democracia había nacido también en Bariloche pero estaba en neonatología, no de alta. El riesgo en los tiempos anteriores, las pérdidas y el miedo lo habían afectado, había que cuidarlo del frío atroz del oeste de nuestro territorio.

***

Para Graciana Miller como para Graciela Cros hablar del 10 de diciembre se hace difícil.

-Es imposible para mí separar la democracia de la dictadura, es imposible -dice.

Pareciera que no quiere hablar tanto de antes, más bien, señala que es loable para ella pensar que la democracia en Argentina cumplirá 40 años el próximo diciembre. “¡Ay! Mirá se me pone la piel de gallina”, dice y sí, un escalofrío le recorre el cuerpo.

Graciana Miller tenía 33 años el 10 de diciembre de 1983. Era abogada y estaba casada cuando volvió a General Roca desde Buenos Aires para radicarse definitivamente y formar su familia. No recuerda con claridad ese día, “es curioso por qué no recordamos con tanta claridad lo bueno y sí lo malo”, dice.

-El 24 de marzo de 1976 sí puedo decirte dónde estaba.

Ahora tiene 73 recién cumplidos, vivió más tiempo en democracia que en dictadura y le parece que está bien eso. Se afilió a la UCR en 1973 y se desafilió en 2015 cuando el partido decidió acompañar al entonces candidato a presidente Mauricio Macri. Graciana dice que el radicalismo había llegado a un límite que ella no traspasaría. Eso le trajo consecuencias concretas: su marido no estuvo de acuerdo, discutieron por ello, él sigue afiliado.

Abel Quesada, el esposo de Graciana Miller, militó siempre en la línea Renovación y Cambio de la UCR; estuvo muy activo en la organización del comité a partir de 1982, cuando después de la guerra con Inglaterra los militares habilitaron la organización partidaria. Abel iba a la zona del río y la barda sur a hablar con compañeros militantes, se iban lejos porque tenían miedo. Se aseguraban de que nadie los escuchara.

El 30 de octubre de 1983 el radicalismo ganó la gobernación en Río Negro y numerosas comunas, con lo que inauguró una trayectoria solvente que terminó 27 años después. Cuando Abel habla de aquella época se emociona, recuerda que la gente en una manifestación poco antes de la guerra de Malvinas pedía a gritos paz, pan y trabajo. Lo dice con los ojos llenos de lágrimas, porque en junio de ese mismo año una multitud fue a celebrar la guerra. Repite algunas palabras como paz, pan y trabajo mientras se muerde el labio inferior y niega con la cabeza.

Graciana necesita hablar de la dictadura para pensar en la democracia, precisa contar lo que le dijo a la fiscal del juicio por los crímenes en el Centro de Detención La Escuelita. Necesita que escuchen lo que vivió.

Graciana Miller fue la abogada de Rubén Ríos, un trabajador de Agua y Energía que participaba en el sindicato y vivía cerca de su casa. Ríos fue secuestrado y estuvo desaparecido durante un tiempo en 1976. Graciana acompañó a la esposa de Rubén al Comando de Neuquén a pedir explicaciones que nunca llegaron. Después de un tiempo Rubén volvió. Apareció en la casa. Volvió Rubén, volvió Rubén, decían los vecinos. Graciana nunca olvidó lo que le hicieron a ese hombre: el daño físico, emocional y mental que le hicieron, fue tremendo, él sobrevivió pero fueron unos salvajes, yo lo vi, dice Graciana. Durante mucho tiempo lo siguieron atormentando, lo llamaban por teléfono, intentó incluso, suicidarse, tal vez hasta le sugerían eso. Es como si lo estuviera viendo, repite Graciana con la mirada puesta en otro lugar.

La alegría sí fue el encuentro con pares. Casi al final de la dictadura conformó el taller literario Canto Rodado. Luego de la guerra, se habilitó paulatinamente la organización de espacios comunes, y ahí pudo tener acceso a libros prohibidos, autores desaparecidos, fundamentalmente pudo escribir. El taller literario de General Roca fue una usina que reunió a voces que habían sido cesanteadas de la Universidad Nacional del Comahue como la de Haydeé Massoni y otras autoras como María Cristina Ramos, Lilí Muñoz, Clara Voulliat, entre otros.

Con las mismas manos con que Graciana escribía Andaban de pendejos y de ratas en el 83, cocinaba para amigos militantes de la UCR que viajaban por la provincia. Entre ellos al futuro gobernador, Osvaldo Álvarez Guerrero que, como buen gallego -recuerda ella- iba a comer con gusto mondongo y gelatina con crema de postre. “No quisimos un puesto, a Abel le ofrecieron pero no nos interesó, participábamos por las ganas”, dice.

En su último libro, Quelonia, de 2022, Graciana Miller reconstruye la voz de una tortuga que viaja rumbo al sur. Quelonia va contando lo que ve, lo que siente, cómo se proyecta en el viaje hacia el descanso en la Antártida. En un apartado ve los cuerpos arrojados al mar por los vuelos de la muerte:

Las olas rompen y gimen y bala el viento. Estalla un golpe. No. No.

Ene Ene. Cae sobre las aguas / y es una piedra atada a un cuerpo/vivo. Mis sentidos detectan la vida aletargada.

***

Mientras Graciana estaría ocupada con algo de sus hijas o trabajando en su estudio, en la esquina que los vecinos de Allen conocen como de Diniello Hermanos, Marcelo Chelo Candia observaba los festejos de la democracia. Se encontraba con personas que no eran amigos, más bien, con un grupo de desconocidos cuando, de pronto, vio un colectivo que pasaba lleno de gente, atestado de gente, la gente parecía colgarle. En las escaleras del colectivo, entre el montón, la vio: Mónica iba en los festejos. La piba que le gustaba, esa a la que no le hablaba desde que era chiquito, esa en la que pensaba, sin tratarla, solamente mirándola de lejos, iba en el colectivo. Mónica estaba festejando lo mismo que él.

Chelo sin saber cómo, se las ingenió para subirse a la caja de la camioneta Fiat de alguien. Cantaban dame una mano, dame la otra, dame un milico que lo hago pelota. Ya la euforia era total, la celebración era de todos, no sólo radical. Chelo pasó todo el día subido a la camioneta recorriendo las calles de los festejos, intentando divisar el colectivo. Miraba a lo lejos con esperanza, pero nunca la encontró. Mónica estaría festejando la victoria de su partido, Chelo que los milicos se iban, con 16 años ya estaba cansado de que le pegaran.

Los milicos en la ciudad de Allen eran la policía. Lo llevaban preso a Chelo por tener el pelo largo, por no haber guardado el comprobante de los casetes en la mochila, por decir que la Constitución prohibía que lo llevasen preso. ¿Así que no se puede? Mirá cómo yo sí puedo, le decían, y adentro. Lo bueno, recuerda, es que “me llevaban caminando, así que yo pasaba y les hacía señas a las vecinas”, dice mientras cruza las manos sobre la mesa. “Avisen en casa, me llevan de nuevo”. Eso en democracia. Antes nada.

Un tiempo antes, el niño Chelo de 11 años iba con unos amigos del barrio Gualtieri en plena siesta a cruzar la calle en la esquina de Intendente Mariani y Adolfo Alsina. Chelo se retrasó del grupo sin notar que venía un auto. El frenazo fue notable y el hombre que manejaba el coche se bajó muy ofuscado a retarlo; el hombre vestía un traje de policía, se acercó a Chelo y a los gritos terminó el acto pegándole un coscorrón en la cabeza. No le dolió el coscorrón, pero estaba duro del miedo, entonces empezó a llorar.

Lloraba y pensaba a quién podría contarle esto que acababa de suceder. Vio la moto de Luis, el zorro gris, el inspector de tránsito del barrio fuera del kiosco de “la tuerta” y allá fue. La tuerta a la que le compro las Manon, me va a ayudar, pensó. Llorando entró a contarle al zorro y la tuerta lo que le había pasado, sabía que había algo que estaba mal en que un policía le pegue a un nene en la calle. El zorro, aún vestido de uniforme de autoridad y la tuerta se rieron, mirá cómo llora, qué simpático, parecían decirle. Y entonces ahí supo, Chelo, muy temprano, que vivía en dictadura.

Lo que no podía saber Chelo es que años más tarde se enamoraría de la niña Silvia que agarrada de la mano de su padre atravesó la fiesta de la democracia el mismo día en que él buscaba el colectivo del que Mónica colgaba. No tenía idea de que él y Silvia tendrían dos hijos, de que en esta elección a 40 años de aquel octubre histórico son personas que piensan y, como muchas otras, eligen el destino de un país en el sentido profundo que enunció Alfonsín en el discurso cuyo final pegaron en la escuelita de Sierra Grande:

“Vamos a vivir en libertad. De eso, no quepa duda. Como tampoco debe caber duda de que esa libertad va a servir para construir, para crear, para producir, para trabajar, para reclamar justicia -toda la justicia, la de las leyes comunes y la de las leyes sociales-, para sostener ideas, para organizarse en defensa de los intereses y los derechos legítimos del pueblo todo y de cada sector en particular. En suma, para vivir mejor; porque, como dijimos muchas veces desde la tribuna política, los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder porque con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”.

¿Qué ropa usará el niño Democracia este 10 de diciembre? ¿Irá de elegante sport? ¿Elegirá zapatillas o calzado formal? ¿Le habrá dado ya la crisis de los 40? ¿Mirará para atrás queriendo patear el tablero? ¿Entenderá que le quedan muchas fiestas más? ¿Sabrá la dimensión del amor en que lo ubican Silvia, Graciela, Liliana, Graciana, su marido, sus nietos, Chelo y sus hijos? Preparemos las mejores ropas, a esta fiesta imperfecta estamos todos invitados.

OPINIÓN | RÍO NEGRO ESCUCHAR PODCAST LEER CRÓNICA

Nuestra democracia condicionada

Por Pedro Pesatti, Vicegobernador electo de Río Negro.

Es muy importante reflexionar sobre el contexto histórico, económico, político y social que acompañó la recuperación democrática en Argentina. Sobre todo en estos tiempos, en los que funcionarios del nuevo gobierno dicen asumir en el peor contexto de la historia. Si uno hace una lectura realmente profunda de nuestra historia y se retrotrae a 1983, advertirá posiblemente que ningún otro gobierno asumió en peores condiciones que el primer gobierno democrático tras la dictadura, el del Doctor Raúl Alfonsín.

Argentina venía de perder una guerra con una potencia extra continental perteneciente a la OTAN, aliada estratégica de los Estados Unidos. Venía de padecer un proceso de represión y de terrorismo de Estado que significaron la vida de miles de hombres y mujeres, la desaparición forzada de 30.000 personas, un genocidio; un proceso económico de apertura indiscriminada del comercio que significó la desaparición casi por completo de la industria argentina, la aparición por primera vez en la historia nacional (o por lo menos en el último tramo del siglo XX) de niveles de pobreza jamás conocidos que llegaron a más del 25%, tasas de desocupación que Argentina no había conocido, una deuda externa de 42.000 millones de dólares -que al valor del dólar de hoy significaría, más o menos, una deuda de 120.000 millones de dólares. Ningún argentino quedó exento de los efectos del terrorismo de Estado, de convertir a cada ciudadano en sospechoso y carcelero de sí mismo.

En consecuencia el contexto del nacimiento de nuestro proceso de recuperación democrática tenía factores negativos por donde se lo mirara. Incluso se encontraba pendiente el conflicto de límites con Chile, que abrió en 1977 la posibilidad de una guerra. Esa tensión siguió latente bajo la dictadura de Pinochet, alimentada por el conflicto del Canal de Beagle, que gracias al plebiscito convocado por Alfonsín en 1984 terminó por distenderse.

Por eso, creo que a 40 años de recuperado el Estado de Derecho, repasar el contexto de nacimiento de la democracia es un buen ejercicio, porque suele afirmarse muy livianamente que la democracia no ha podido responder a los graves problemas que nuestro país tiene. La democracia argentina nació muy fuertemente condicionada, y esos condicionamientos todavía hoy tienen su peso. La democracia argentina nació con un poder militar intacto, con la posibilidad siempre permanente de un golpe de Estado al otro día.

En resumen, ¿cómo nace nuestra democracia? Nace después de que Argentina pierda una guerra, nace después de haber sufrido y padecido un genocidio, nace después de un proceso de siete años de terrorismo de Estado y todo lo que eso significa sobre la psicología social de la población, nace con una deuda externa impagable, nace con un aparato productivo destruido, nace con tasas de pobreza y una caída del ingreso jamás conocidas, nace con una inflación del 350%. Ese es el contexto. Y sin ese contexto, no puede entenderse jamás la dificultad que tuvo nuestra democracia para poder nacer.

Felizmente, hoy que estamos celebrando 40 años de vigencia del período más intenso que la Argentina reconoce en toda su historia, es casi un milagro que eso haya ocurrido considerando ese momento de gestación.

Material extra Quiénes hicimos este trabajo

¡Seguinos en las REDES!

EN ESTOS DÍAS

FB: @enestosdias

IG: @enestosdiaspatagonia

TW: @eed_patagonia

FPP

FB: @periodismopatagonico

IG: @periodismopatagonico

TW: @periodismopatag

ÁRIDA

IG: @arida.plataforma

YT: @aridaplataformacultural1

IUPA

FB: @iupa.institucional.oficial

IG: @iupa_institucional

TW: @IupaInst

En Estos Días Laboratorio de Periodismo Patagónico Fundación de Periodismo Patagónico Árida IUPA